Vivir después de la muerte


Las festividades para recordar, honrar y ayudar a los muertos mexicas, eran presididas por la diosa Mictecacíhuatl[1]

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Vivir después de la muerte
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Octubre 30, 2016 11:22 hrs.
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Lilia Cisneros Luján › diarioalmomento.com

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Una Colorada (vale más que cien descoloridas) La vida es un trascurrir de sucesos tan disímbolos como individuos pueblan el planeta. Algunos de estos le ocurren a muchos, otros son privilegio de unos cuantos, pero el único común sin importar clase social, cúmulo de posesiones o propiedades, nivel educativo, edad o cualquier otra condición, es la muerte.
De una forma u otra, todos los grupos humanos desde tiempos inmemoriales, consideran este evento aun cuando la visión del mismo tenga variables, casi siempre con relación a la percepción espiritual religiosa de los mismos. Otro factor común vinculado con la muerte, es el anhelo de que la vida se prolongue con variables también según la cultura o la época histórica.
En México desde la época precolombina, el tema mortuorio era ya práctica reiterada en cuando menos 6 de los 18 meses que se consideraban en el año.
Se ha documentado la existencia de una realidad a la cual debían peregrinar los que concluyeron su estancia en este mundo físico y dependiendo de la forma en que se haya fallecido, al más allá se llegaba de manera fácil o ayudado por los vivos. Las festividades para recordar, honrar y ayudar a los muertos mexicas, eran presididas por la diosa Mictecacíhuatl[1]
Hasta antes del exacerbado consumismo, en cuyo mercantilismo se apoya el Halloween y las noches de brujas, a los muertos se les veneraba cuando menos en la fecha de conmemoración de su partida. No se trata de un homenaje como el de las culturas orientales –la japonesa por ejemplo- y el viaje tiene diferencias al que se supone hacían los muertos griegos cruzando un río para llegar al Hades[2]. En México, fue relativamente sencillo lograr el sincretismo de estas festividades, con la traídas por el cristianismo católico que recordaba en los primero días de noviembre a todos los santos fallecidos. El emblemático paso de la vida a la muerte que en la mayoría de los casos produce temor, en México se enfrenta con una serie de ritos y tradiciones que la hacen objeto de burla, veneración y honra -en el hoy tan difundido rito de la llamada santa muerte- y distintos ’entuertos’ para ignorarla. A fin de evadir la trascendencia de una vida que merezca llegar al más allá con dignidad y certeza de gozo y plenitud –como lo predican los cristianos reformados- los desfiles de personajes disfrazados –de brujas, monstruos, vampiros, hombres lobo etc.- resultan el medio perfecto. Sin embargo esta moda abrazada sobre todo por los jóvenes mexicanos, representa en si misma una serie de pérdidas.
La más obvia, es la vinculada con uno de los aspectos esenciales para la conformación de nuestra identidad como nación. Desde el 2003 y considerando la riqueza de los rituales celebrados por etnias como la mexica, maya, totonaca, y purépecha entre otras, la UNESCO clasificó nuestra fiesta de día de muertos como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, entre otras muchas razones por contribuir a la afirmación de la identidad. Esta festividad anual de celebración de los antepasados, recuerda al individuo el lugar que ocupa en el seno familiar, amén de constituirse en orgullo por ser una expresión cultural antigua y de gran valía.
Con todo, la UNESCO ha advertido del riesgo de que dicha tradición, sobre todo la de visitar los cementerios y colocar coloridas ofrendas, sucumba no solo por el embate del consumismo de las noches de brujas, sino por otras expresiones culturales vinculadas con la muerte y asociadas con la incineración de los restos, mismos que ya no se depositan en iglesias o panteones sino se arrojan a la tierra, el agua o el aire.
Renacer después de la muerte es un anhelo inherente a la persona misma, sin importar que esto se admita, se ignore o se niegue. Reconocer que han existido y existen sujetos que lucran y amasan poder a partir de esta necesidad, es un hecho. El purgatorio, las indulgencias –no solo del medioevo, sino también iglesias ’modernas’ que incluso imprimen documentos en los que se "certifica" a cuanto equivale ’la limosna u ofrenda’ en términos de llegar pronto al cielo, son apenas algunas de las deformaciones que se han construido en derredor de la muerte. Recién el Vaticano ha debido hacer pública la postura de la jerarquía católica en cuanto a la disposición final de los restos; pero más allá de la verdad implícita en la afirmación de que las personas no mueren del todo si es que las mantenemos en nuestra memoria, es deseable que nuestra tradición cultural se mantenga por encima de la compra de calaveritas, flores de cempasúchil o papel picado.
Documentarse, estudiar, conocer el que, como y porque de las ofrendas es una sabia manera de honrar no solo al cercano que se nos ha adelantado, sino a todo lo que en siglos ha sido la base de los que somos: un pueblo rico en sentimientos, creativo, capaz del señalamiento y la autocrítica y orgulloso de nuestras raíces.
Un pueblo que sin empacho afirma ’mi casa es tu casa’ un pueblo al que solo los ignorantes se atrevan a descalificar resaltando las excepciones –narcos, tratantes y comerciantes de todo lo malo- y sin reconocer cuantos premios Nobel, cuantos becarios científicos y cuantos jóvenes estudiantes han ganado preseas de oro y otras, debido a sus grandes capacidades.
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[1] Esposa del señor de los muertos ’Mictlantecuhtli’. La Catrina de José Guadalupe Posada, tiene mucho de inspiración en esta conocida ’dama de la muerte’ o señora de la tierra
[2] Casa de un Dios del mismo nombre que según el mito era hijo de Cronos y Rea, quien unido a sus hermanos Zeus y Poseidón derrotó a los titanes. Aquí llegaban los muertos, algunos después de ser juzgados por sus obras en este mundo. Según los helenos era Caronte, quien les ayudaba a cruzar el río Aqueronte, después de cobrarles un óbolo.

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